Canarias IUSPORT

15 septiembre 2010

LA FINAL DEL MUNDIAL: UN MAL EJEMPLO PARA LOS JÓVENES

Toca hacer valoraciones. A partir de ahora, cuando ya es historia, el Campeonato Mundial de Fútbol de Sudáfrica 2010 será objeto de numerosos análisis, no sólo desde el punto de vista futbolístico, sino desde otros ángulos: infraestructuras (2.600 millones de dolares invertidos en estadios cuyo uso futuro es más que incierto), calidad del espectáculo (baja, con honrosas excepciones como España y Alemania), cualificación de los árbitros (también deficiente), etc...

Nosotros vamos a detenernos en dos aspectos: los errores arbitrales en determinadas jugadas, evitables en su mayoría con la tecnología, y otro aparentemente ajeno al mundo jurídico, que nos parece de gran calado: el anti fútbol practicado por los Países Bajos y su correlato en la permisividad arbitral.

En cuanto al primero de los temas, IUSPORT.ES se ha hecho eco en diversas ocasiones de la problemática que suscitan determinados errores arbitrales de gran trascendencia, como los goles indebidamente anulados o, al revés, ilegítimamente concedidos. Ciertamente, el abanico es mayor (penaltis, etc...), pero no cabe duda de que la negación de un gol cuando el balón ha rebasado en 40 centímetros la línea de la portería (Inglaterra- Alemania) o la concesión de otro cuando el fuera de juego es manifiesto (Tévez, en el Argentina-México) son incidentes que adulteran la competición siendo como eran evitables. No ya por el hecho en sí, que es grande (un gol de más o de menos), sino por la trascendencia que tales errores tienen en el desarrollo posterior de los encuentros. Hasta los beneficiados por los errores opinan que de no haberse negado a Inglaterra el gol contra Alemania, el partido hubiese sido, probablemente, otro. Lo mismo en el caso del gol dado al jugador argentino Tévez, que desanimó por completo a México.

Damos aquí por reproducidos nuestros reiterados pronunciamientos en favor de la implementación gradual de las nuevas tecnologías como coadyuvantes de la labor arbitral.

El segundo de los temas tiene que ver con el efecto desalentador que sobre las nuevas generaciones de futbolistas tiene una manera brusca (casi violenta) de practicar el fútbol, producido en este caso paradójicamente por una selección que inventó el "fútbol total" en los años setenta, y permitido por un supuesto arbitro de prestigio, el inglés Howard Webb, cuya pésima actuación en el partido de la ronda inicial España-Suiza aconsejaba ya desde entonces su retirada del campeonato. El efecto conseguido con su escandalosa permisividad fue un partido deslucido cuando precisamente el fútbol se asomaba, ante tirios y troyanos, por la ventana más grande jamás imaginada: la final de un campeonato mundial.

Si reprobable es la actitud puramente destructiva mostrada por los holandeses hasta conseguir maniatar a los españoles a base de faltas violentas reiteradas, mayor reproche merece un colegiado que lo tolera. No se explica, por ejemplo, que Van Bommel y Nigel De Jong disputaran el partido completo. Sólo Heitinga acabó expulsado, pero faltaban ya escasos minutos para el final de la prórroga.

Bien haría la FIFA, ahora que anuncia cambios en el sistema arbitral, en analizar dos cuestiones al respecto: la cualificación de los árbitros que selecciona para los campeonatos del mundo y la aprobación de nuevas medidas que corten el juego violento. Es muy desalentador para los seguidores y, sobre todo, un pésimo ejemplo para las jóvenes generaciones futbolistas, muchos de los cuales seguirán creyendo que con malas artes pueden obtenerse grandes réditos. La FIFA debe cortar y cuanto antes, de raíz, esta creencia tan nefasta si desea que el fútbol prosiga su camino ascendente tanto en su práctica como en su seguimiento social, sin olvidar la enorme dimensión económica que ha adquirido el fútbol de alta competición.

Desgraciadamente, lo más probable es que la FIFA no haga ni siquiera unas meras declaraciones institucionales contrarias al juego violento. Por la presión del mundo anglosajón, no por otra cosa, aprobará la implantación del sistema de los jueces de gol, método caro, difícilmente generalizable al conjunto de las competiciones internas de los distintos países. Un sistema electrónico (célula) implantado en las porterías resolvería el asunto de forma satisfactoria; es más, probablemente surjan patrocinadores gracias a los cuales su coste podría ser cero.

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