Hoy traigo a esta columna un artículo publicado por Lucía Mendez ayer en El Mundo, bajo el título "Hombres que se visten por los pies", muy oportuno y que suscribo íntegramente. Dice la autora: Entre los más de 19 millones de españoles que sufrieron frente al televisor durante 120 minutos y estallaron de alegría cuando Cesc marcó el último penalti, habría no menos de 10 millones que han jugado a ser seleccionadores durante toda la Eurocopa. Vicente del Bosque ganó un Mundial y ha llegado a la final de la Eurocopa, pero no tiene ni idea, ellos sí que saben qué equipo hay que alinear, a quién hay que cambiar y por qué banda hay que atacar. El falso nueve y el doble pivote han sustituido a la prima de riesgo y a la corrupción nuestra de cada día en las conversaciones de los bares. Los pocos -poquísimos- españoles que no estamos tan puestos en la técnica del fútbol tenemos otras razones para caer fascinados ante los jugadores de la selección española. Educados, solidarios, buenos padres, buenos hijos, buenos novios, limpios en el terreno de juego, esforzados, unidos, sufridores, disciplinados, valientes, luchadores, respetuosos. Los jugadores españoles le hablan al balón y no se convierten en Chuck Norris cuando lanzan una falta.
En un país donde la ejemplaridad en los comportamientos es un agujero negro, la selección encarna los valores que desaparecieron en la España de los nuevos ricos. Hay mucho seleccionador frustrado que preferiría un entrenador más presumido y guerrillero. Un tío con dos cojones. Sin embargo, a muchos nos gusta Del Bosque porque es un hombre que se viste por los pies. Este era el mayor elogio que hacían nuestros mayores cuando éramos más pobres, pero mucho menos idiotas que ahora. De la misma forma que nos gustan la elegancia e inteligencia de Xavi, la humildad de un grande como Iniesta, la solvencia y solidez de Xabi Alonso, el entusiasmo de Sergio Ramos, la seriedad tímida de Cesc, la resistencia de Busquets, la frescura de Jordi Alba, el optimismo de Pepe Reina en el banquillo, la fortaleza de Piqué, la sensibilidad de Torres, la ingenuidad de Pedro, la confianza de Navas y, por supuesto, la perfección del capitán, Iker Casillas, el hombre 10.
Son un equipo y juegan en equipo. Circunstancias tan admirables como extraordinarias en este país. Ganen o pierdan mañana, son unos españoles ejemplares. Y eso es casi tan emocionante como una tanda de penaltis.
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