Han pasado algo más de 48 horas desde el mazazo del partido contra el Córdoba y se observa cómo la indignación y la melancolía se han apoderado de los grancanarios.
Cientos de comentarios en los periódicos digitales y en las redes sociales ponen de manifiesto un verdadero trauma colectivo que tenemos que tratar lo antes posible.
Para empezar, por mucho que nos identifiquemos con el equipo amarillo, no debemos perder la perspectiva de que se trata de deporte, de ahí que debamos situar las cosas en su justo término.
Salvando esto, lo cierto es que los actos vandálicos del domingo en el estadio de Gran Canaria, con tan negativo desenlace a nivel deportivo y económico, nos han sumido en una profunda tristeza que tenemos que superar cuanto antes. Y eso se consigue mirando hacia delante, observando el horizonte, marcándose nuevos objetivos y renovando las estrategias.
La mayoría de los comentarios giran en torno a la necesidad de depurar responsabilidades a nivel organizativo y de sancionar duramente a los desnortados que invadieron el campo. Por supuesto que habrá que hacerlo. Los errores son compartidos entre los gestores de la seguridad privada y los de la seguridad pública.
En cuanto a los innombrables, hay que llevarlos ante la Comisión Antiviolencia y una vez probada su participación en los hechos, prohibirles el acceso a los recintos deportivos.
Pero esas dos iniciativas no evitarán por sí mismas que hechos similares se repitan en el futuro.
Los sociólogos dan cuenta de las causas mediatas de estos hechos: marginalidad, recortes presupuestarios, desarraigo, familias desestructuradas, fracaso escolar, violencia familiar, etc… Sin embargo, todos sabemos que la solución a estos problemas está lejos en el tiempo, si es que algún día se consigue erradicarlos. Más bien creo que siempre ha habido y siempre habrá un porcentaje de la población que discurre de forma violenta y a contracorriente.
Por eso, en lo que atañe al club amarillo, hay que tomar medidas inmediatas con las que conseguir que no se repitan sucesos como el sufrido el pasado domingo.
Llegados a este punto, no parece descabellado aplazar el proyecto de acercar las gradas al campo. Por supuesto que nos gustaba esta idea. Los que tenemos cierta edad conocimos el calor y cercanía que proporcionaba el Estadio Insular, pero eso ya es historia. Además, ya nos hemos acostumbrado a ver el partido desde la lejanía que originan las dichosas pistas de atletismo.
En su lugar, y visto que somos reincidentes (en el anterior ascenso a Segunda A ya vivimos una invasión similar), y aunque nos duela, creemos necesario abrir un foso en todo el contorno del campo de juego que sea infranqueable para los energúmenos. Nunca defenderé que se vuelva a las horribles vallas que circundaban en otro tiempo el perímetro del Estadio Insular. Daban una imagen pésima de los aficionados y nos privaba de una visión global del juego.
En cambio, el foso es prácticamente invisible. Para ello, se utilizaría el espacio que actualmente ocupan precisamente las inutilizadas pistas de atletismo. Miren por donde, quién nos iba a decir que las pistas, rechazadas por todos, excepto por un conocido político, nos ayudarían a resolver un grave problema de seguridad diez años después de la inauguración del Estadio de Gran Canaria.
En cuanto al equipo, no debemos preocuparnos más de la cuenta. Las estrecheces económicas que se avecinan (contaremos con la mitad del presupuesto de la temporada actual), no deben ser un impedimento para luchar por el ascenso. Y si no, que se lo pregunten a los aficionados del Eibar.
Afortunadamente, la UD Las Palmas cuenta con una cantera excelente que ahora va a tener otra oportunidad y en la que podemos confiar. Todos queremos ver en el primer equipo a Héctor, Roque, Artiles, Tana, Leo, Asdrúbal, etc… Nos identificamos con ellos, con su forma de ser y de jugar. Y si vienen refuerzos, que sean los justos para cubrir, eso sí, con garantías, los puestos que aquellos no pueden.
Por otro lado, no es la primera vez que el quipo amarillo sufre un varapalo como este. Recuérdese el que nos llevamos en 2002 cuando descendimos de Primera a Segunda. Tuvimos cinco partidos para sacar un miserable punto y ni eso.
Tampoco somos el único club del mundo que se ha visto en situaciones similares. Sin ir más lejos, recuerden cómo perdió el Atlético de Madrid la Final de la Champions de este año. O cómo el Bayern perdía la misma competición en 1999 cuando ganaba por 1-0 en el minuto 90 y acabó perdiendo por 1-2 en el minuto 92 ante el Manchester United. O el Málaga, que fue eliminado en Cuartos de la misma competición europea en 2013 por el Borussia Dormund en el minuto 94. O el gol de Iniesta en el minuto 90 que eliminó al Chelsea en 2009.
Podría seguir enumerando grandes batacazos. El nuestro ante el Córdoba es otro de ellos.
Como ven, tampoco somos originales en esto. Cambian los protagonistas y las circunstancias, pero la decepción y la tristeza son las mismas. La única novedad de este domingo fue el añadido de los actos vandálicos. Pero este es otro tema. Influyeron, sin lugar a dudas, pero no es la única causa del fracaso. El equipo tuvo varias oportunidades para lograr el ascenso directo en la liga regular y no supo aprovecharlas.
También hubo algo de fatalidad. En la jugada del gol maldito del Córdoba, el despiste de la defensa y del hasta entonces salvador Barbosa fue monumental. O la mala suerte en las ocasiones claras de gol fallidas, además del gol legal de Aranda no concedido por el árbitro, o el penalti clamoroso a Momo no pitado. Pero este componente es consustancial al deporte de competición. Además, a lo largo del tiempo se ve igualada por los golpes de buena suerte. Nuestro equipo también ha realizado proezas en el tiempo de descuento, dejando a rivales, también de forma inesperada, en la cuneta.
Al final, lo que cuenta no es cuántas veces has caído, sino cuántas veces te levantaste.
¡Arriba´dellos!
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